El Espejo

Naima caminó lo que parecían varias horas por el sendero confiada en que nada le iba a pasar. Estaba inusualmente tranquila, a pesar de que toda su vida había sido una persona temerosa y tímida. Ahora figuraba a miles de kilómetros de su casa, a oscuras, junto a un hombre que parecía todo menos una persona normal. Pero estaba tranquila, casi relajada.

Cuando llegaron él pasó primero y la miró hacia atrás asintiendo, como si le estuviese pidiendo permiso para entrar. Estaba todo oscuro y había un fuerte olor a encierro, pero eso era lo de menos, de alguna manera había llegado y por fin conocería al maestro.

Pero el maestro no estaba. Cuando el hombre prendió la vela lo único que había era un espejo al centro de la habitación. Nada especial en él, solo un espejo con un marco de metal parado sobre una caja de frutas. A su lado, un paquete vacío de cigarrillos y un cenicero.

Un cierto terror se apoderó momentáneamente de ella, pero se calmó una vez el hombre salió y cerró la puerta. Lo escuchó caminar unos pasos y volvió enseguida.

“Agua”, dijo con un tono bajo, casi murmurando.

“Gracias”, respondió Naima con voz baja también. “El Maestro, ¿Donde está? ¿Cuándo va a llegar?”

El hombre salió sin decir nada, esta vez sus pasos se disolvieron.

“No puede ser. ¿Y ahora?”, pensó confundida, aunque por dentro seguía sintiendo esa calma, una sensación de bienestar que la envolvía y disipaba cualquier duda, cualquier distracción.

Se sentó de rodillas frente al espejo y se miró un momento. Su figura se había deteriorado un poco de tantos días sin una comida decente y de constantes caminatas por valles que parecían interminables, pero su voluntad se mantuvo firme ya que sentía que encontrar al maestro sería el fin de su búsqueda. Por fin ya estaba acá y el maestro aparecería en cualquier momento.

“Debo meditar, debo esta preparada”

Comenzó a concentrarse en su respiración y cerró los ojos. Sintió pena y alegría al mismo tiempo viendo sus pensamientos pasar por su mente, pero se mantuvo estoica ignorando por completo cada uno de ellos sin importar lo que fueran. Poco a poco todos terminaron evaporándose, incluida la pena y la alegría.

“Ábrelos”

Al frente estaba ella, en el espejo, pero sus ojos estaban completamente blancos.

Naima
5 de Febrero 2000